Lama es el nombre de una de las gatas que viven con nosotros. Llegó un día cualquiera y se quedó, como está pasando últimamente por aquí con estos animalitos.
Y siempre decía que era hija de la negra del vecino y del mono, pues cuando llegó se llevaba muy bien con ellos y él a toda hora la protegía de los demás y se acostaban juntos y todo. Era el único con el que se juntaba y le buscaba juego, creo que él vio que aquí podía tener a su mujer y a su hija viviendo muy bien.
Hugo dice que esto es una telenovela mía, pero es una buena historia. ¡A qué si!
Lama era la más pinchada de todas las gatas y que no se dejaba manosear de nadie (casi). Era una rareza poderla tocar, solo cuando estaba durmiendo como que le daba pereza levantarse y se dejaba tocar un poquito. Tampoco mucho porque empezaba a gruñir.
Nunca nos tiró, era muy calmadita y tímida, pero se hacia sentir cuando no quería ser tocada.
Siempre se mantenia por fuera de la casa, en los tejados sobre todo. Solo llegaba cuando sabía que iban a servir la comida. A la hora marcada ella estaba muy juiciosa haciendo cola con las otras, esperando su ración.
Hace unas semanas se enfermó, no se sabe de qué, pero empezó a andar raro y cuando menos pensamos no podía mover las paticas de atrás y para caminar arrastraba el cuerpito impulsándose con las patitas de adelante.
Vinieron varios veterinarios a verla y ninguno sabía el motivo de sus dolencias. El uno le mandaba una cosa, el otro otra y todos opinaban diferente. Según ellos había que llevarla a otra ciudad a hacerle radiografía y pruebas, algo que se salía de nuestras manos.
Así que le hicimos todos los tratamientos que sugirieron y la mantuvimos en casa. Uno de esos médicos estaba seguro que el tratamiento le haría sentir mejor y que en un mes estaría bien, pero ninguna mejoría se le notó en más de 15 días de tortura para el pobre animalito.
En la foto: Pelusa, Lama y más atrás caminando Luna.
Lo único bueno y que nos dejó con un buen sabor fue haberla podido disfrutar todos estos días en que dependía completamente de nosotros. Nunca se quejaba y se dejaba hacer todo, como agradecida de tenernos a su disposición y que nunca la dejamos a su suerte.
Todos en casa le dimos todo el amor que nunca se dejaba dar por ser tan esquiva. Solo nos faltó ponerle pañal, del resto la bañábamos y la gongoliamos a nuestro gusto y al de ella que ya no nos esquivaba. No sé si era porque no tenia fuerzas o por qué se acostumbró a los arrumacos que le hacíamos.
Pero la enfermedad pudo más que nuestros buenos deseos de verla bien, la consumía poco a poco. Su falta de apetito, las ganas de vivir echada y no querer sino estar escondida. Cuando la sacábamos a comer o hacer sus necesidades rápidamente quería regresar a su zona de confort.
De esta forma vivió sus últimos días, hasta que dio su ultimo suspiro. Murió como vivió sin molestar ni quejarse en compañía de Hugo, mi hija y mi yerno que se levantaron temprano, como estábamos haciendo cada día a cuidarla y empezaron a notar que algo andaba mal.
Lo mejor, al menos para mí, es que no me tocó esta parte tan dolorosa, estaba fuera el fin de semana. Así que me dieron la noticia el domingo en la mañana.
Y por más que uno sepa que se iba a ir, de todas maneras es triste despedirse de estos animalitos.
Lama, será recordada por siempre, porque a pesar de ser tan esquiva, nos regaló lindos momentos antes de su partida y siempre fue muy linda y tranquila.
La verdad es que no podemos quejarnos, los gatos que tenemos en casa, aunque tienen sus manías y hacen sus cosas de gatos, son bastante cariñosos y nos hacen pasar buenos momentos.