Y Colombia quedó de quinto (Y ya saben: «No hay quinto malo»), por poquito y se le suben a Brasil y los que quedan abajo son ellos. Con James como el goleador del mundial y botín de oro. Aparte de los elogios de todo el planeta por el buen fútbol que los muchachos brindaron, ganaron en juego limpio. Eso quedaron más cotizados que una paleta a las puertas de una escuela.
Mientras que los que deberían estar alegres, tienen cara de funeral, como les paso a los argentinos que no los calienta ni el sol. Ni el balón de oro que le regalaron a Messi, sin merecerlo, tanto así que él mismo lo reconoció. En este mundial estuvo fuera de órbita, no se esperaba que le cayera del cielo ese regalito, sin embargo él esperaba alzar era la copa, no un balón, así es cuando la gente espera más de lo que merece.
En cambio en Colombia a pesar de que nos robaron, golpearon y nos dejaron por el suelo, estamos que no cabemos en los chiros de felicidad, debe ser que no nos esperábamos que llegaran a tan altas instancias o es que nos conformamos con poco y así somos felices. Agradecemos todo lo que nos llegue sin esperarlo.
Alemania con el campeonato quedó más que feliz, ya son 4 copas en toda la historia, se las estaba viendo negras para ganarle a Argentina que vendió cara su derrota, pero como siempre en esto es a veces mas de suerte que de juego, porque si fuera por juego Colombia debía haberse coronado campeón, pero como no siempre gana el mejor sino el que tenga la malicia indígena que a veces nos falta por confiados, creyendo que todos obran de buena fe.
Acabado el mundial, todo vuelve a la normalidad, caras tristes y otras alegres, el que gana es el que celebra, los que pierden quedan con ganas de la revancha, pero sin ánimos de celebrar y con miras a nuevos torneos donde seguramente podrán levantar cabeza.
En Colombia quedamos con ganas de seguir viendo el juego de los chicos, ojalá que en los próximos torneos sigan ganando y cosechando mas satisfacciones personales y para todo el país. Mientras, espero que aprendamos a celebrar con mesura y que no nos matemos de la felicidad.