En todas partes debe ser lo mismo, que se sale al parque y todos los fotógrafos están sentados en las banquetas, asoleando sus huesitos. Me pareció muy tiernos verlos con sus ojitos ya apagados, viendo pasar la gente o viendo como las palomas, bajan a comer y remontan el vuelo hasta el techo de la górgola, quedando lleno de ellas, que no se explica como guardan el equilibrio.
Hacia rato que no pasaba un sábado por el parque, los mismos fotógrafos, ya envejecidos, los años no perdonan, ni uno nuevo. Me parece que sobreviven de milagro, pues ahora con tanta tecnología, donde sacan las fotos al instante y arreglado como les provoque, creo que viven de los recuerdos de otras épocas doradas. También puede ser la curiosidad de las nuevas generaciones de posar delante de un fotógrafo, que ya son una reliquia, que hacen parte del parque, pues no me imagino este parque, sin sus fotógrafos, con sus cámaras mandadas a recoger, desplazadas por nuevas tecnologías, pero que a ellos les quedaría grande manejar, por eso mejor siguen con sus antigüedades. Mandado a revelar las fotos, cuando se les acaba el rollo.
Demás que hoy, al ser día de mercado, les va bien, pues es cuando salen al pueblo las gentes del campo y estas persona humildes, todavía prefieren las fotos de su fotógrafo de cabecera. El de toda vida, el que les conoce el ángulo y que tiene toda la paciencia del mundo a que se acomoden y se vuelvan a acomodar. No tienen ningún afán, el cliente es el que paga y si este dice que asi no, pues es como él diga.
Es muy divertido ver cuando van a tomar una foto, para hacer que todos al mismo tiempo posen y queden medianamente bien, pues no falta el pato que hace alguna musaraña para dañar la foto o que se mueva antes de tiempo o que el flash haga cerrar los ojos, mejor dicho es un camello lograr una buena estampa. Por eso es que son divertidas de ver, pues siempre no falta el que queda mal parado.